sábado, 27 de abril de 2024

Amigo Sancho, viendo quienes están enfrente, sé dónde debemos estar...

 


 Amigo Sancho, viendo quienes están enfrente, sé dónde debemos estar... 

Alonso Quijano y Sancho Panza están escuchando las noticias que están dando en la Cadena Ser sobre la carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía por el acoso y derribo que lleva a cabo la derecha y la extrema derecha. Esperan al bachiller y llenan su copa también.

—Alonso Quijano, tú que has devorado tantos pergaminos y conoces las letras como pocos, ¿qué parecer te merecen estos tiempos tumultuosos? —Preguntó Sancho panza a su amigo Alonso Quijano.

—Amigo Sancho, ¿por qué me interpelas sobre lo que ya sabes de sobra? —Contestó con una pregunta Alonso.

—Oh, inseparable amigo —musitó Sancho —, no me instes a replicar con otra pregunta, como haces tú, pues no soy gallego y, aunque me deleita la fruta, no trago la harina que no ha pasado por el horno y el que defrauda roba, aunque se acueste con toda la macedonia o viaje en Maserati. Y, además, me parece que entre los que ensucian sus manos en las intrigas, aunque se autodefinan Manos limpias, los embusteros y los que visten togas, están logrando que sus maquinaciones hagan que el olmo de peras…

—Así parece, pero siempre existe un manual secreto para la resistencia...—afirmó circunspecto Alonso.

—Salvo cuando la injuria toca a la familia. ¡Oh, paradoja! Si tú, que has sido mi camarada durante cuatro siglos, osaras mancillar el honor de mi amada Teresa, romperíamos lazos para siempre y te convertirías en mi más fiero adversario...

—Ni en pensamiento se te ocurra imaginar eso, amigo Sancho.  Soy tu leal amigo y jamás alzaría calumnia para despojarte de tu cargo de gobernador, pues has sido elegido por la voluntad del vulgo, y yo soy demócrata, no lo olvides.

—Ya, pero yo soy de naturaleza ácrata y tiendo a desconfiar de cualquiera que se adorne con traje y corbata, y aún menos de toga. Sé que tú guardas respeto por las leyes, mas observo que los intolerantes están logrando sus fines y eso no se halla en ningún manual de resistencia... Tú dices que confías en la Justicia Española, yo, sin embargo, de casi ningún juez de estas tierras me fío...

—Amigo Sancho, nunca ha causado asombro que la justicia se convierta en la servil fregona de los poderosos, así es en la tierra como en el cielo. Si un malhechor con influencia desea proclamar que el más virtuoso caballero es un ladrón o un hereje, no habrá magistrado ni obispo que lo exculpe, pues el poderoso se encargará de corromper a jueces, letrados y eclesiásticos para que sea sentenciado a muerte, y si contara con seguidores, los juglares y pregoneros del reino se ocuparían de difamarlo como el mayor traidor nacido de mujer. Así se nos narró a través de la historia, y así es la lúgubre realidad, tanto en la tierra como en la mar.

—Por tanto, nos hallamos en un brete y temo que lo que se cocina no presagia nada bueno para el vientre, y al final, los de siempre acabaremos pagando los platos rotos y no servirán ni para el «trencadís» de Gaudí.

—Tenlo por cierto, cuando los intolerantes, los mangantes y los magnates son derrotados en las urnas, siempre hallan ardides para regresar y denigrar a quien sea menester. Recuerda lo ocurrido en Estados Unidos y en Brasil..., si no ganan, son capaces de todo, tienen millones de maravedíes para comprar las voluntades…

—Pues estamos apañados, ¿sabes que te digo?

—Tú dirás, amigo Sancho.

—Pues que por darle en los morros a todos los miserables, lleven traje, toga, uniforme, hábito o corona, agregaría un nuevo capítulo al manual de resistencia, no vaya a ser que los sesos se nos tornen requesones. Aunque solo sea por la Salud...

—Salud que no nos falte, amigo Sancho.

—Salud y República, amigo Alonso.

—¿No eras ácrata?

—Y lo que haga falta, amigo Alonso, lo que haga falta con tal de que la mafia no se salga con la suya y como el señor bachiller no ha venido —cogió una tercera copa que permanecía en la mesa llena —, alzo su copa también y brindo a dos manos por la salud para la resistencia contra la mafia genovesa.

En esas estaban cuando entró el bachiller Carrasco con cara de pasmo.

En esas estaban cuando entró el bachiller Carrasco con cara de pasmo.

—¿Estáis tan tranquilos con la que se avecina? —dijo el bachiller a modo de saludo, quitándole su copa a Sancho.

—Si tú estarás contento, como persona de derechas que eres —le espetó Sancho, mirando de reojo a Alonso.

—Se habrá cambiado la chaqueta — dijo sarcástico Alonso.

—Claro que sigo siendo de derechas, pero viendo quienes están enfrente, sé dónde debo estar. No me gusta la fruta podrida ni tampoco los miserables... ¡Salud!

—¡Salud y República! —Contestaron a dúo Sancho y Alonso, provocando las risas del bachiller.

—¡Salud! —Chocaron sus copas los tres.


© Paco Arenas


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martes, 23 de abril de 2024

Barcelona el día de Sant Jordi (Un libro una rosa)

 



Barcelona, hoy, exhala el aroma de tinta fresca recién derramada sobre el papel. En cada calle, en cada rincón comercial, nos asalta la figura imaginaria del dragón de Sant Jordi, que nos lanza su fuego desde los escaparates abrazándonos con sus verdes alas para que quedemos para siempre unidos a esa ciudad que pisamos sin mirar al suelo, por la fascinación que nos produce. Ya sea en cartón, papel, chocolate, tartas o la tradicional coca de Sant Jordi, e incluso desde vehículos particulares, autobuses o taxis, y por supuesto, desde las librerías y floristerías, que en el día acompañan a muchos catalanes y visitantes.

Barcelona es maravillosa, seduce los sentidos, atrapa y envuelve con abrazos imaginarios al visitante, en mayor número del que muchos barceloneses desearían. Y a pesar de ello, desbordan amabilidad. Cuando te ven perdido, mirando el plano de la ciudad, antes de que preguntes, ellos te preguntan a ti a dónde vas, y algunos incluso te acompañan unas calles o hasta la esquina más próxima, rompen así esa leyenda negativa inventada en otros lugares de España que atribuyen sequedad al pueblo catalán... Con tantas pastelerías, ¿cómo no han de ser dulces?

Barcelona resplandece en cada esquina, desde el Barrio Gótico hasta el Parque Güell, desde el mar hasta el Tibidabo o el castillo de Montjuïc, donde tantas piedras lloran sangre, mira al mar y no da la espalada al monte, la Sagrada Familia desafía la imaginación, Colón señala con su dedo al otro lado de Atlántico y toda Barcelona se abre como un libro que es necesario leerse. El mercado de La Boqueria deslumbra como ningún otro que conozco. Y si algo brilla aún más en toda Barcelona, es Gaudí, omnipresente en cada esquina de la ciudad, como si un solo hombre se hubiera convertido en el espíritu de una gran metrópoli. Eso sí, hoy, con el permiso de los libros, las rosas y la tinta derramada sobre las páginas en blanco.


miércoles, 10 de abril de 2024

«Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro»

 



En un rincón de la venta, don Quijote, el cura Pedro Pérez se encontraban tomando vinos junto con el bachiller Sansón Carrasco que discutía con Sancho Panza sobre su incapacidad para leer los libros en los que ya cabalgaba:

—Es una vergüenza, Sancho, que siendo el escudero de tan ilustre caballero como Don Quijote, no sepas ni escribir tu nombre, —decía con desdén.

Sancho, sin perder la calma, respondió:

—Señor bachiller, es verdad que no sé hacer letras, ni siquiera la o con un canuto, pero sé algo muy importante que muchos letrados olvidan…

Intrigado, el bachiller preguntó:

—¿Y qué es eso tan importante?

—Sé cuándo debo labrar, cuando sembrar, cuando escardar, que racimo de uva coger, si un melón está dulce o es pepino, si va a llover o no y cómo ayudarle a mis cabras a parir, cuándo debo destetar a los cabritos... cambió por un tono sarcástico cambio —, dar consejos a los cabritos, cuando me pregunta todos los años la época en la que debe su caballo montar a la burra para que para mulas...

—En cuanto a lo primero, son cosas de simples, cualquier labriego lo hace…En lo segundo, te pediría moderación en el lenguaje, ¿tú crees que yo puedo estar pendientes de esas nimiedades?

—Pues buenos réditos saca de la venta de acémilas...

—¡Buf! Imagina que don Alonso, aquí presente, te hace gobernador de una ínsula...

—Me defendería, con gente y sin gente, y además ¿Usted lo haría? Imagine que está en la ínsula y solo y tiene un saco de cebada y medio celemín de trigo, una mula y el arado, ¿qué haría?

—Le diría a mis criados que lo hicieran…

—No tendría criados. Estaría usted solo…

—Le daría la cebada a la mula y molería el trigo...

—Se quedaría sin trigo ni cebada- Debería aparte una parte de la cebada y del trigo para sembrarla, pero en esa ínsula no llueve, ¿qué haría), ¿regaría con agua de mar?

—Vaya sandez, en las islas siempre llueve, ojalá lloviera igual aquí en Pinarejo... —continuó con tono altanero el bachiller.

—Se equivoca, señor bachiller, se moriría de hambre si alguien no le diera de comer, con todo su saber. Si el campesino no siembra y cosecha ni el rey come. Muchos de muchas letras sin inútiles para lograr el sustento, como no sea con el sudor ajeno. Me afea que no sepa escribir y no conoce la lealtad y el buen juicio —dijo Sancho. —. No necesito saber escribir para ser fiel a mi señor o para discernir lo justo de lo injusto.

—El vino siempre ayudó a decir lo que se piensa con mayor libertad —intervino el cura Pedro por primera vez, en tono malicioso —siempre que la copa no se convierta en botella....

—San Pedro Pérez fue a hablar y tiene las llaves de la bodega —replicó Sancho, aún con mayor sarcasmo —. La Iglesia siempre quiere tener la última palabra. Sepa maese Pedro, que no necesito vino para decir lo que pienso. No sabré de letras, y bien me vendría, pero hay quienes escriben cartas y no tienen palabra, y otros, de esos que los letrados llaman ignorantes, como yo, sin saber de tinta, mantienen su palabra sin mancha y hacen crecer la espiga para que el bachiller coma buen pan y usted bendiga la hostia... y los dos, beban mejor vino que yo...

—¡Descarado el labriego! —Exclamó el bachiller, buscando sentencia de don Quijote.

Don Quijote, colocándole la mano sobre el hombro a Sancho, orgulloso por sus contestaciones y sencillez, que había dado una lección de sabiduría que ningún libro podría enseñar, habló también, pero no para dar la razón al bachiller:

—Sancho, — dijo don Quijote con una sonrisa —tu ingenio supera a la erudición de muchos que se precian de sabios. La verdadera sabiduría no siempre está en los libros, sino en la honestidad y la experiencia de la vida. Has demostrado ser un escudero digno y prudente, y tu lección es un tesoro más valioso que el conocimiento de las letras. Y usted, señor bachiller, no olvide que de la cultura, la más importante es la agricultura y que ningún hombre es más que otro si no hace más que otro... No olvidéis, nobles presentes, que así como el vástago del letrado tiene el derecho a la lectura, de igual manera, el retoño del labrador ha de tener ese mismo derecho. Que no haya diferencia en el saber, pues en la igualdad de la enseñanza se halla el cimiento de la más alta justicia...


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© Paco Arenas, 7 de abril a las 00:00 horas

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Las cebollas de Marcos (basada en hechos reales)

 



Dedicado a los agricultores y a las víctimas de los especuladores

Era un viernes de finales de julio, cuando el sol se pone más perezoso que un borrico a la sombra de una higuera comiendo brevas. Marcos, que había estado toda la semana cosechando cebollas como si fueran setas después de la lluvia, no había llevado ni un carro al almacén. Las mulas, tan cansadas como él, estaban aún uncidas con los pertrechos, mirando el carro como si fuera un monstruo de siete cabezas, al que el campesino no se decidía a enganchar..

 

Con la parsimonia de quien no tiene prisa ni para rascarse, Marcos se enrolló un cigarrillo con dos papelillos, que parecía más un puro de ministro que un canuto de hebra. Encendió el cigarro y, tras dos bocanadas que parecían nubes de tormenta, regresó el humo con el aire de solano nublando sus ojos. Se quitó el sombrero para espantarlo como quien se libra de un nido de avispas y se sentó en el poyo, contemplando cómo el humo bailaba con el aire caliente con mejor ritmo que el alcalde de Madrid bailando el chotis.

 

De repente, apareció Julián, corriendo como si llevara el diablo detrás, faltándole hasta el resuello como si llevará la corbata en la boda de su amada, que se casaba con otro y a él le tocaba hacer de padrino.

 

—¡Julián, hombre! ¡Respira! Que pareces locomotora sin frenos y a ti no te han invitado a la boda. No puedes ir así, te va a dar un apechusque y no te va a valer ni lo más sagrao…

 

—¡Ay, Marcos! Muy tranquilo estás tú. Vengo to sofocado, que no me llega la camisa al cuello. Elías, el del almacén, me ha dicho que te diga que solo recoge cebollas hasta el viernes. Y tú, que llevaste una carga el lunes, no has vuelto a aparecer, ni para cobrar, y tu hermano Jonás tampoco.

—Ahí andamos disgustados, él ahí en porche y yo aquí en la puerta echando humo y pestes…

—¿Tú y Jonás enfurruñados? No me fastidies. Pues estamos apañados, porque los de los supermercados están también que trinan. Dices que si no lleváis las cebollas os van a poner la cara colorada y vais a tener una miaja disgusto, por incumplimiento…

Marcos se quitó la gorra y se rascó el cabeza apesadumbrado. Precisamente había discutido con su hermano Jonás por el mismo motivo.

—Pues que esperen sentados, que mis cebollas no están para carreras y me las lloro yo sin nadie que me las arrime al lagrimal…, que para eso estoy tuerto de un ojo…

—Pasa, Julián —se escuchó la voz grave de Jonás desde el interior del porche —, que se te van a secar los sesos al sol, que aquí tengo una botella de vino y unos pocos cacahuetes y garbanzos tostados para hacer boca y discernir mejor. Si mi hermano quiere pasar, que pase, sino que se seque como las cebollas en la era.

Pasaron los dos, Jonás, tal y conforme dijo, estaba con una botella en la mano, que se la ofreció al recién llegado.

—Anda, siéntate. Tú bebe a galillo, que tenemos solo dos copas, que esto va para rato…

—¡Hostica consagra! Te veo a ti aún con más melsa que un gato en el sillón del Congreso de los diputados —dijo a modo de saludo Julián.

—Y tan ancho como pavo real en el corral. ¿Para qué me voy a poner nervioso si mi hermano está muy convencido y no hay forma de que entre en razón…

 —Antes de malvender mis cebollas o mis ajos al almacén por seis reales —cortó Marcos a su hermano Jonás —, me quedo al lado de la lumbre hasta que me salgan cabrillas en las piernas y estamos a principios de verano…

—Y pierdes todo, ¡alma cántaro! —Le interrumpió a su vez Jonás a su hermano Marcos, mientras Julián echaba un trago de la botella de vino —. Sacar algo sacas. Las cebollas ya las tenemos cogidas, aquí se pudren…Sino podrás pagar ni la luz…

—Atiende a razones, Marcos. Tú hermano es mayor y habla con la voz de la razón —dijo Julián, echando otro trago de vino e intentando hablar pausadamente, como si fuese un cura leyendo las escrituras —. La vida es así, el campesino se lleva poco, pero es su misión y si no quiere eso, más vale que se haga ermitaño.

 —Pues me hago ermitaño. Si no puedo pagar la luz, enciendo un candil, si me da hambre, como cebollas y ajos…Y si no a vivir del aire.

 

—No entra en razón. Ya le digo yo que es lo que han pagado siempre… —intervino Jonás.

 

— ¿Cómo voy a entran en razón? A nosotros nos pagan a dieciséis reales la arroba y en el ultramarinos de Tobías, las vende a dos reales la libra... Echa cuantas, anda echa cuentas…

—Si en eso llevas razón, pero con ella te quedas, por lo que tú cobras dieciséis reales Tobías saca cincuenta. Le quedan… —musitó Jonás rascándose la cabeza, mientras parecía hacer cuentas con los dedos tocándose la frente.

—Yo te lo digo. Treinta y cuatro reales, limpios de polvo y paja, por lo menos, que a lo mejor me he equivocado y me he quedado corto —le interrumpió Marcos.

—Eso tampoco es así —intentó razonar Julián —. De esos treinta y cuatro, tiene que pagar el jornal de los dependientes, la luz, los impuestos y algo tendrán que ganar los tenderos, y caras no las pone, que aquí to el mundo tiene bancal...

—Pues mira, yo a Tobías sí le vendería las cebollas, a Elías no —contestó Marcos.

—Tobías no va a comprarte todas las cebollas. Es solo un ultramarinos. Tienes que vendérselas a Elías, al almacén. Te lo está diciendo Julián y te lo digo yo —dijo echando un trago Jonás.

—Pues vende tu parte, yo no. Julián, ¿sabes a cuanto venden las cebollas en los supermercados de la capital? —Preguntó Marcos a su hermano y a su amigo —. A diez reales, a medio duro…—se contestó así mismo antes de que los otros respondieran.

—¡Espera, espera! Epifanio me dijo que entre diez y quince reales, pero el kilogramo —aclaró Julián.

 

—Pos eso, por lo que a nosotros nos pagan cuatro reales y medio por un kilo, lo venden en los ultramarinos de la capital por ciento cincuenta reales o más. El año pasado lo vendían por cien reales, han subió un cincuenta por ciento a la gente…y encima sale el de Mercaroba diciendo que han ganado una burrada, ¿cómo no han de ganar si por lo que nos pagan dos reales, lo venden por doscientos? Pues no me da la real gana —continuó alterado Marcos.

—Así es la vida, Marcos —sentenció Julián —. Ya lo sabes, tú a arriñonarte con la azada y ellos con las manos limpias a llenar la caja. Pero tú has firmado un contrato. Si no le vendes las cebollas a Elías, te va a costar los cuartos. Soy tu amigo y él es tu hermano, haznos caso…

—¡Ea, pues que no! Que no me sale del forro llevarle mis cebollas al cantamañanas de Tobías, que es crápula a costa nuestra y menos al almacén para que las venda el de Mercaroba..

—¿Por qué esa terquedad? No seas calamocano, que te has pasao con el vinillo y vas a tener que echar muchas cebollas al caldero.

—Porque de mí no se ríe ni mi madre, que Dios la tenga en su gloria. Que te diga mi hermano. Llevamos las cebollas, y justo llegó el camión que las lleva a Madrid. Elías nos dijo que las cargáramos directamente en el camión. Y delante de mis narices, les firmó el camionero un albarán por valor de mil setecientos reales. ¿Y a mí? Doscientos, y eso que hicimos todos el trabajo, que hasta las cargamos en el camión. Él se llevó mil quinientos limpios por decirnos que las cargásemos… ¡Manda cataplines!

—O lo tomas o lo dejas. Es lo que hay, y no hay nada que rascar.

—Y Elías sin mover un dedo, sin despeinarse. Que no, que no vendo mis cebollas, antes me hago ermitaño…—continuó con su terquedad Marcos…

—O sea, que somos tontos.

—Y tanto, que ahora las grandes cadenas de ultramarinos, en muchos sitios, lo compran a precios de saldo en el campo y lo venden a precio de caviar…, y si hubiera vergüenza…

—Pues eso, que somos tontos y ellos son unos mangantes…

—Tú lo has dicho. Con lo buena que es la cebolla y lo que nos va a hacer llorar.

—¿Y si cogemos un carro y nos vamos a vender cebollas a la capital, puerta por puerta?

Dos días después en la Gran Vía de Madrid detuvieron a tres campesinos por obstrucción al tráfico y disturbios públicos por ir vendiendo cebollas, ajos y patatas al diez por ciento de lo que costaban en los supermercados de la capital…

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© Paco Arenas, 10 de abril  2024

lunes, 1 de abril de 2024

Y tú, ¿qué opinas de los ajos y el consejo que da Don Quijote a Sancho? Donde se explica cómo conoció Don Quijote a Aldonza Lorenzo (desde entonces, su Dulcinea)

Don Quijote oliendo el ajo antes de conocer a Dulcinea

 

Donde se explica cómo conoció Don Quijote a Aldonza Lorenzo (desde entonces, su Dulcinea)


En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero olvidarme, hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Él de estirpe tan ilustre como su ingenio, se encontraba sumido en una disquisición de suma importancia: el valor del ajo en la mesa y en la vida del hombre de bien.

Todo por culpa de encontrarse con mi padre, Fermín el de Arenas, que al igual que Sancho Panza, era de pocas letras y muchas palabras.

—¿Qué le dice a mi amigo Sancho? ¿Qué majadería es esa de que no coma ajos ni cebollas, para que no saquen por el olor su villanería…

—Solo los villanos comen ajos y cebollas…

—No me fastidie, vuestra merced, que come olla de algo más vaca, hueso diría yo, que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, eso si alguien lo caza, porque no será que el licenciado Pedro Pérez, le convida a muchos, y eso que el campanario lo tiene lleno…

—Acaso, villano, ¿pretendes decirme a mí lo que debo comer, o a lo que el cura Pedro Pérez me ha de convidar?

—Este Villano, a mucha honra lo es. ¿no es acaso Madrid una villa y corte, y Pinarejo, desde aquel glorioso día de julio, también? ¿No fue acaso en una villa donde se dice que vio la primera luz su escudero fiel, amante del vino y del ajo, Sancho Panza? Sí, Villano, soy, sembrador de ajos y de cebollas, bodeguero que con sus pies desnudos, pisa la uva y saca del fruto la sangre de la vida, que es el vino…Jesús, dicen que transformó el agua en vino…

—¡Majadero! ¿Lo dudas? Cuestionar que el agua se pueda transformar en vino…Sí, digo Majadero, una y mil veces…

—¿Majadero?

—Sí, majadero que pretende malear a mi buen amigo Sancho... ¿Qué es eso, que huele tan bien? A fe mía que huele a cabritillo tierno…

—No. No es cabritillo tierno. Es duro cordero pascual, que con el vino que sale de mis pies y los ajos de mis surcos, se vuelve más tierno que un cabritillo recental...

—No me haréis caer en la tentación con ese aroma que invita a pecar, es Viernes Santo...

—Venga conmigo, deje la zafa de Mambrino y coja este sombrero de paja, que sombra el guindo tiene todavía poca..., estamos en abril y salen las flores pero le falta el verde y las ramas están tiernas como para subirse a ellas…

—Yo no me he caído de ningún guindo, como pretendes insinuar, ¡bellaco!

—Vuestra merced se equivoca en mis torpes palabras. Me pasa lo que a Sancho, pero déjese querer y venga que mi ama tiene la caldereta a punto de quitar de las brasas... Olvide los duelos y quebrantos de su ama, que aunque sea Viernes Santo, por un día que peque, no ha de ir al infierno…

—¿Acaso pretendes condenar mi alma?

—No. Que el cura Pérez está convidado, y ha admitido la invitación como pago de la bula. Yo pongo la caldereta y el cordero pascual, que no cabritillo, y él nos perdona lo que pudiéramos pecar…Además, no se si le suena una tal Aldonza Lorenzo, por prima mía la tengo, también está convidada…

—Si es así, vamos allá…—asintió Don Quijote, olisqueando como el galgo que de la primera página no pasó.

—No es el aroma del ajo apto para el romanticismo. 

—Sí, si los dos son comedores de ajos, y mi prima, más que del Toboso, parece de Las Pedroñeras…

Compartieron caldereta Don Quijote, Sancho Panza, Aldonza Lorenzo, Fermín el de Arenas, hijo de Lorenzo, Vicenta la Ciriaca, que guisó la caldereta, y por supuesto, el cura Pedro Pérez, que con buenas palabras recitó la bula sin que ninguno diera un solo maravedí.

—¡Oh tú, bulboso tesoro de las tierras manchegas! —Exclamó Don Quijote, cuando la caldereta de cordero cató.

Aldonza reía ante las tonterías que Alonso decía y Fermín a Vicenta le decía:

—Ya le digo yo, Fermín, el de Arenas, padre de ese «juntaletras» que esto escribirá, que:

No hay especia como el ajo,

Fruta como el madroño,

Ni mujer que no se ría

Estando delante el novio.

—¡Que la Academia de la Lengua tome nota! —, concluía el caballero don Quijote después de probar la caldereta y conocer a la gran comedora de ajos que era Aldonza —. Las palabras son vivas y cambiantes, como los tiempos y como los vientos que recorren estos campos de Castilla y el ser villano no es malo, y comer ajos... ¡Dios alabado!, ni en Viernes Santo es pecado…

Y Aldonza reía…

Relato improvisado el viernes 29 de marzo de 2024 y terminado el 1 de abril del mismo año por...
©Paco Arenas, autor de las novelas quijotescas: «Los manuscritos de Teresa Panza», y «Águeda y el secreto de su mano zurda»

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